Hoy me he acordado de una anécdota de mi época basketera. Era una pipiola, 20 añitos recién cumplidos y por suerte, mucho basket en el cuerpo. Me fichó un equipo mejor, me habían prometido minutos, a mí, que hasta ese momento era parte del quinteto inicial en el club de mi corazón. Pero no fue así: vi pasar la temporada desde el banquillo. El entrenador no confiaba en mí. A mí, que me jugaba no sé cuántos balones en cada partido y tenía una estadística buenísima, en un entrenamiento, me dijo:
-Tú no estás aquí para tirar, tú tienes que pegarte con las demás. Eso es lo que tienes que hacer. Pegarte y coger rebotes.
Cada partido, cuando salía a pista, si veía clara la opción de tiro, doblada el balón o, presa de los nervios por lo que sucedería si encaraba el aro, perdía la bola.
Ir a entrenar se convirtió en un suplicio, en un auténtico Everest emocional, porque si bien en los entrenamientos hacía grandes cosas, sabía que en los partidos, lo tenía vetado. Hasta que me pregunté a mí misma qué pasaría si lo intentaba. Total, el banquillo lo tenía asegurado. Así que cuando me sacaron para que las otras pivots descansaran, yo empecé a jugármelas de nuevo. Y no de cualquier manera, no. Volví a la linea de tres. Siempre se me había dado bien.
Hoy he recordado ese tiro en el que me gritaron desde el banquillo: «¡No!» Y he recordado la ovación del público y la alegría de algunas de mis compañeras cuando la bola entró en la canasta, porque otras, también me repitieron la retahíla de «aquí tiro yo».
Poco a poco me fueron sacando más. Era osada y por suerte, había perdido el miedo al banquillo. Quizá, porque me había dado cuenta de que para mí el basket era pura diversión y si perdía la alegría por jugar, me perdía a mí misma.
Y así es un poco la vida. ¿No creéis? ¿No os dais cuenta de la cantidad de veces que sacrificamos nuestra alegría por mantenernos bajo el mandato de alguien que no confía en nosotros por equis motivos? ¿No os parece que nos pasamos la vida intentando mantener las formas en este mundo de normas absurdas donde no cabemos ni con calzador? Quizá toca replantearse, dejar de creer en lo que siempre has escuchado y lanzar ese tiro a la vida, porque como en los partidos, alguien pitará el final. No lo escucharemos, pero sonará. Y cuando queramos darnos cuenta, ya no tendremos tiempo de protestar ni aplaudir. Ya no seremos jugadores ni de banquillo ni de cancha. Solo seremos polvo. Y recuerdos, tal vez. Tal vez un buen tiro, un buen beso, un buen amor.
Hace no mucho tiempo, coincidí con ese entrenador. Me confesó que le había dolido mi marcha, que esperaba que hubiera aguantado un poco más.
-¿Para qué? -le pregunté.
-Hubiera llegado tu momento.
No respondí. ¿Acaso tenía algo que demostrar?
A cada uno nos mueven hilos muy distintos, nos excitan y nos emocionan cosas completamente distintas. Cada uno luchamos una batalla diferente a la del vecino. ¿Por qué hacerlo igual? ¿Por qué aguantar cuando sabes que no encajas?
No me gustan los días en los que tengo ganas de meterme a la cama para apagar. Días en los que la energía buena se diluye tratando simplemente de mantener el tipo ante los acontecimientos. Sí, sería más fácil acatar las órdenes y permanecer en el banquillo de la vida postrándome ante quienes quieren hacer de mí alguien que no soy. Pero no. Va a ser que no nací para estarme quieta, ni someterme a leyes injustas o malos humores. Va a ser que no voy a responder con la misma moneda que usa el resto. Que quizá a una le toque estar más sola, y sentirse más perdida, si cabe, por ser honesta consigo misma.
Podría entrar en ese juego de malas caras, reproches, excesos e hipocresías varias, pero con esos aires estoy segura de que no encestaría jamás. Porque la vida es una cancha de basket. Y cuando juegas, juegas. Cada acción necesita de técnica, por supuesto, pero cada segundo, sobre todo, necesita corazón. Hoy ha sido un día malo.
No dejéis que nadie os diga lo que podéis hacer o no. No dejéis que nadie os pise los sueños. Y si lo hacen, dormid, seguid durmiendo y al despertar, cambiad el rumbo. Quizá nos equivocamos de cancha y toca empezar otro partido.
¿Sabéis? Al tiempo, fiché por otro equipo aún mejor. Me ficharon con una de esas cláusulas que parecen de traca, promediar un mínimo de 14 puntos por partido. En ningún momento nadie me dijo que no podía. Al revés, me dijeron «como mínimo». Otro día os podría hablar de la presión… La vida del deportista no es tan sencilla como parece. Y sin embargo la echo tanto de menos…
Os dejo un beso. O dos.
Hoy me ha salido una de esas entradas diario que pienso, ¿y si algún día la lee mi hija? A saber…
Por ahora la podéis leer vosotros. Y comentar, o compartir. Estoy tan segura de que todos habéis tenido momentos de tener que sacar fuerzas de donde no las hay y fe de donde no se ve que, por mucho que algunos piensen que mostrar mi vulnerabilidad me hace una mujer débil, a mí me sirve para sentirme jugadora de equipo en este partido llamado Vida. ¿Me la pasas?
Temazo hoy de Amparanoia de mi corazón: La Fiesta. Y estas bellas imágenes de Tomek Setowski. Me chifla este autor. Os animo a curiosearlo.
Sed buenos.
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