El 9 de enero falleció mi madre.
Si no llega a ser por la escritura no sé cómo hubiera drenado las emociones que me habitan durante este mes.
Este es el diario que he ido compartiendo en Instagram del proceso de duelo. Sé que ha ayudado a muchas personas a conectar con sus propias emociones, sin embargo, la finalidad ha sido puramente egoísta.
Yo necesito escribir para ordenar ideas y canalizar lo que siento.
Si además de ayudarme a mí ayudo a otros, fantástico.
Mi voz como autora ha cambiado en apenas un mes.
Pero vayamos al principio…
Diarios: enero 2023
Lunes, 9 de enero
Ay, ama. Descansa al fin. ✨
Tú me acompañaste a llegar a este mundo y yo te he acompañado hasta el siguiente. De la mano, en susurros, con caricias, con tanto tanto amor…
Goian bego, ama.
Descansa en paz.
Gracias a todos/as por vuestros ánimos y cariño. Ella os envía ya polvo de estrellas para que brillemos y sonriamos, hoy y siempre.
En mí, ama. Y yo en ti.
Maite zaitut.
Miércoles, 11 de enero
Voy a retomar la nota de autora que añadí en Lejos en mí.
«La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma».
Gracias a nuestros muertos, a su paso por nuestro lado, somos quienes somos.
Y la vida sigue ahora con esa fuerza luminosa impulsando nuestros pies. Acunando y abrazando desde lo invisible.
Nunca se van.
Permanecen.
No hay mejor homenaje para quien muere que la Vida, porque la muerte es solo un tránsito, un cambio de plano, de pantalla en este videojuego tridimensional.
Solo siento gratitud.
Mi ama me llenó de valores y aprendí tanto a su lado, con y de ella, que es imposible disociarnos.
Deseo que en vuestros respectivos duelos sintáis ante todo, AMOR.
Solo somos amor.
Viernes, 13 de enero
No solemos fotografiar los momentos difíciles porque no queremos que haya registro. Es una especie de mentira a la memoria, una omisión voluntaria. Así luego llega el caos y no tenemos referencias.
Esta foto está tomada la mañana del lunes, a las dos horas de llegar al sanatorio. Yo estaba sin dormir, había estado velando a mi madre, entre la pena y la ansiedad, la tristeza y la aceptación.
Le sostuve la mano durante más de diez horas. La besé, le puse sus canciones, le dije que la quería, que sentía haber sido tan borde a veces y no haberla escuchado con atención. Le prometí que mi padre y mi hermano estarían bien. Le pedí que me echara cables desde el más allá, incluso bromeé con ella diciéndole que se hiciera notar para que estuviera segura de que era ella.
Permanecía inconsciente.
Había entrado en coma en algún momento entre el sábado y el domingo por la mañana. No sufrió, no murió como tanto temía morir.
Murió rodeada de amor, de familia, de música y cariño. Murió en paz y nos dejó a todos respirando la ausencia con la certeza de su presencia eterna.
El dolor debe ser visible porque es real, porque existe. Nos voltea, nos transforma, nos humaniza. Nos eleva a otra dimensión.
Me parece que en las despedidas se encuentra una belleza oculta que muy pocos pueden apreciar. Llevo días viendo y sintiendo lo bello de un adiós a un ser querido. Comprobando cómo laten los lazos invisibles que conectan a las personas.
Siento gratitud por su paso por la tierra, aunque no fuera un camino fácil.
El dolor tiene briznas de belleza que también pueden —y deberían— formar parte de las Redes Sociales.
Porque es la vida.
Y nosotros seguimos compartiéndola. Sin filtros. Real.
Os quiero.
Domingo, 15 de enero
He escrito un mail esta tarde a toda mi bella comunidad.
Desconozco a esta nueva yo en duelo, pero me cae bien. Llora, ríe y va de cara.
Estoy muy cansada, pero necesito expresarme. El arte se me sale por los poros. Canto, pinto, escribo, coloreo…
Y acompaño.
No, definitivamente, la muerte no es el final, sino un nuevo principio.
Nos apegamos a las personas, a la comodidad del «todo igual» y a la rutina del querer. Es como si no nos atreviéramos a ser quienes somos cuando ya no están, como si no quisiéramos reinventarnos en nosotros con un agujero lleno de recuerdos y amor.
Creo que esta temporada no va a haber hojas en blanco. No pude escribir nada para el funeral en Irun, pero ahora no puedo contenerme.
«La muerte no deja de ser parte de la vida.
No es el final.
No es siquiera lo contrario a la vida.
Es otra etapa en la que la mente debe acostumbrarse a vivir sin un cuerpo que ama.
Ahora amamos lo invisible.
Lo eterno.
Lo que forma parte de nosotros.
Yo, que tanto he escrito sobre el duelo, creo que estaba preparada en cierta forma para esta despedida. Quizá por eso elegí la música para ponerle mientras viajaba al más allá…»
Jueves, 19 de enero
Suena en mi cabeza Xoel López y la Reconstrucción que planteaba junto a Deluxe. Deberíais escucharla.
El duelo está siendo intenso. Si bien estoy serena, cualquier mínimo detalle hace saltar mis lágrimas.
Las burocracias son un coñazo.
Los cambios de titularidad y los rastros de nuestro paso por el sistema. Escucho su voz en los mensajes que compartimos.
De repente puedo entrar en su intimidad y leer qué escribió y a quién.
Su olor sigue en la ropa, en sus pertenencias.
Miro el anillo que tanto le gustaba y recuerdo nuestras charlas sobre lo que le gustaría que hiciera con él. Yo tengo los dedos más pequeños.
Ayer que escribimos sobre la culpa en la clase de escritura emocional, saqué a la luz mis culpas, los reproches que me hago, los «y si» en los que se enroca la mente.
Ya nada importa porque todo pasó. Y todo está bien.
Sí, tal vez no estoy viviendo un duelo al uso, no estoy hundida como cabría esperar, pero ¿quién dijo que hundirse implica estar más cerca de quien ha partido?
Estoy dándole todo el espacio del mundo a mis estados. Risa, rabia, frustración y llanto. Nostalgia en vena. Morriña. Rumiación.
Sin embargo es tan clara su luz…
Le hablo mentalmente.
Miro sus fotos.
Me miro. Nos veo.
El día 28 haremos una misa funeral en su ciudad, Arnedo, y me han pedido que escriba algo. Sé que ella sabrá dictarme porque yo solo de pensar en escribir por encargo me bloqueo.
Eso ha cambiado, por ejemplo, solo sé escribir a lo que salga. Destapo una idea, tiro del hilo y asoman emociones desnudas.
Acaricio mil veces al día el mala que me regaló Ana hace unos días y giro otras mil el anillo que me regaló mi madre cuando cumplí 14. Ese siempre ha sido de mi talla.
Reconstruirse va de reconocerse y caminar.
La serenidad me ha regalado a una nueva yo que me cae bien y que asume que la vida sigue, que no hay necesidad de anclarse en el dolor.
Besos, gente bella.
Sigue la vida. ❤️
Lunes, 23 de enero
No sé cómo me verán desde arriba. El 9 de enero volví a nacer, esta vez huérfana, porque murió la persona para quien yo siempre sería una niña.
De su paso por la vida solo extraigo lecciones que es ahora cuando las comprendo y lágrimas a raudales que no sabía que llevara dentro.
¿Dónde se almacenan las lágrimas? ¿En qué compartimento?
No, no sé cómo me verán desde arriba pero poco importa porque aquí abajo sigue el movimiento. Y si bien la pena acompaña, también lo hace el coraje de vivir, porque quáiz tras la siguiente esquina encuentre ese rayito de felicidad.
Estoy escribiendo muchísimo. También vago de la cama al sofá y al taburete del balcón. Tengo la energía tan sutil como densa.
Me permito sentirme así.
No hay prisa para el duelo.
Desde arriba me ven como un tapón. 😂 Sigo con mi larga colección de chistes sin gracia, pura despresurización.
Leo, leo libros que me hacen replantearme ué es el éxito editorial y a dónde nos conduce lo que se publica. Leí hace poco una reflexión de José Luis Sampedro que decía que cuando las editoriales se interesaron por sus primeros libros —que previamente habían rechazado—, no quiso corregirlos, sino que exigió que se publicaran con la verdad de aquel joven escritor, con sus conocimientos de entonces, sus errores e inocencia.
Me encantó.
Supongo que a todos, seamos quienes seamos, se nos ve como botones desde arriba.
Solo hacia adelante podemos obtener forma, avanzar y crecer.
Cada cosa a su tiempo: letras y emociones.
Las estrellas, por la noche. Sigo guiñándoles el ojo.
Botón, tapón, corazón.
Jueves, 26 de enero
Hoy entro en mi versión 4.3 y sé que siempre será así como en la imagen, aunque ellos, quienes me dieron la vida, abandonen este plano terrenal.
No me siento con la misma energía de celebración de otros años, pero doy gracias por seguir aquí para compartiros historias y sensaciones.
Dicen que no es como se empieza sino cómo se termina, así que… a recuperar la ilusión de la niña de la foto que creía que en todo un mundo de posibilidades.
Feliz vuelta al sol a mí. 🌞
Mis mejores deseos.
Mi absoluto amor a mi Ser.
Domingo, 29 de enero
Ya sobrevuelas el cielo que te vio nacer.
Ya te despedimos en tu tierra como te mereces.
Ya lloramos, reímos y te imaginamos en cada escenario.
Anoche en misa no sabía si iba a poder leer de la emoción que me subió de las entrañas a la garganta; pero como si me hubieras estirado de la columna, me insuflaste la fuerza necesaria.
Paseé la urna con tus cenizas por la calle que te vio nacer y nos saludaste a través de cada claro de luz.
Dejaste una huella imborrable.
Solo puedo sonreír por tu vida, ama.
¡Cuánta gente te quería!
Y el aita… pues ¿qué te voy a contar? Su enfermedad es el mejor escudo para el sufrimiento. No existe. No está triste, sino sereno y con alegría de vivir. Seguro que deseabas eso para él. No, no te ha olvidado, pero está tranquilo. En su fuero interno sabe que ahora estás mejor.
E igual, quién sabe, quizá en su estado es capaz de comunicarse contigo incluso mejor.
¡Qué bonito ha sido darte la despedida que querías y que te merecías! Sin drama, con entereza, amor y… ¿cómo no? Alguna risa marca de la casa Solana.
Goian bego, ama.
Descansa en paz en tu pueblo, Arnedo.
Martes, 31 de enero
Se acabó enero.
El último mes que vivió mi madre.
El mes que significa «cumpleaños», ahora es y será más ella que nunca, porque sin ella yo no.
He pensado en llamarla mil veces, como hacía hasta el día 9, para saber qué tal y contarle tontadas de las clases o de mi día a día.
A veces me descubro preguntándome cómo estará, si habrá dormido bien y si tendré que ir a hacerle algún recado.
La echo de menos.
Ansío encontrarla en sueños y, al mismo tiempo, me asusta el encuentro por si despierto.
Me persiguen imágenes del ocaso, llevo dos pulseras de minerales que le regalé y he abierto al fin el perfume que me dejó como regalo de cumple, previsora.
La nota escrita me rompió.
Y me rompen a diario cientos de detalles que asoman sin avisar a mi memoria.
Mi padre me ha preguntado de qué murió, porque él no tiene constancia de que estuviera enferma. Supongo que si lo viera sufrir lo llevaría aún peor.
Estoy lenta, algo desdibujada pero también muy despierta. Esencial, diría. A lo que estoy. Sin pajas. Paciencia poca. Tonterías las justas.
Me asustan las condolencias dramáticas, el pésame exagerado, la negación de la única certeza que barajamos en la vida: que es finita (al menos en este plano).
Llevo años diciendo que no había perdido a nadie de «primera línea» y que no sé apenas nada del duelo y… mirad, ahora lo atravieso de lleno.
Solo sé caminar a letras, a palabras que nacen sin orden ni concierto en una cadencia que suena a llanto silencioso y a aceptación.
La muerte es un hasta luego. Un «ay, cómo te echo de menos». Un «¿y ahora qué hago yo con mis recuerdos?».
Hay noches que no puedo dormir.