El que parte y reparte…
No sé qué me molestó más, sentir cómo todas las miradas se clavaban en mí al entrar en el restaurante y cómo, especialmente ella, me interrumpía en mi discurso, o darme cuenta de que yo no podía apartar la mirada de él.
No, no era una cuestión de celos por la magnífica pareja que formaban desde hacía más de quince años. Ni siquiera me incomodaba que el mismo vestido en la fiesta a ella le sentara como un guante y a mí como una manopla. Era algo más sutil. Una sensación que no acababa de entender en mí. Un deseo de que se le acabara la suerte, de que dejaran de felicitarle por esto y aquello, ¡porque tampoco era para tanto! No había sido un santo, ni era tan inteligente a pesar de sus títulos académicos y diplomas, ni tan educado como se mostraba en sociedad. Yo había convivido con él, sabía cómo olía su cuarto por la mañana e incluso conocía de sobra sus más grandes tropiezos, como cuando de pequeño tartamudeaba al ponerse nervioso.
Aún así era ella la que me estaba inquietando. La pareja de mi hermano era un auténtico incordio. ¡Y me caía bien! Pero siempre estaba buscando mi punto débil y completaba mis frases o desviaba la atención adrede cuando yo proponía un tema.
Empecé dejando de hablar en las reuniones familiares donde ella estaba presente. Así no tenía que escuchar cómo menospreciaba mis logros ni cómo los comparaba con los de mi hermano. Después, directamente, dejé de acudir para evitar enfrentarme a sus triunfos.
Un día, pasados muchos años y muchas rabias, comprobé que no era capaz de apreciar su esfuerzo para conseguir llegar a donde había llegado porque a mí no me había costado tanto. Aunque perteneciéramos a la misma familia, mis cartas y las suyas no habían sido las mismas y, por tanto, las partidas para ganar y perder, tampoco. El guantazo de realidad me lo dio mi «primera pareja seria» ya con cuarentas, (esto de seria fue cosecha de mi cuñada), cuando mi pareja me dijo una mañana: «vamos a ventilar el cuarto, cariño, esto huele a leonera».
¿Qué es la envidia?
La envidia es una emoción de descontento y resentimiento generada por el deseo de tener lo que el otro tiene. Se diferencia de los celos en que la envidia está enfocada en una única persona. Un envidioso es incapaz de ser caritativo, es malicioso, se muestra hostil, es injusto y actúa en muchas ocasiones a mala fe.
La envidia vibra al par que la rabia.
Envidiamos la alegría, el éxito, la felicidad, las cualidades, el reconocimiento y, lo que es más llamativo dentro de toda esta emoción, es que cuando sentimos envidia lo negamos, disimulamos o mentimos al respecto.
Por otra parte, asumimos que la otra persona tiene lo que nosotros queremos y llegamos incluso a ser crueles y a menospreciar su esfuerzo, porque no somos capaces de ver su parte del pastel.
¿Dónde pones el foco?
¿Te suenas frases de este tipo?
- ¡Con lo tonto que es!
- ¡Se lo dan todo hecho!
- Gana mucho dinero para lo poco que trabaja…
- Seguro que se ha operado
- Yo también viviría así si…
En este último «si» es donde debemos poner el foco. No en lo que los demás tienen o no, sino en lo que de verdad tienes y en lo que de verdad está de tu mano.
La envidia nace porque nos comparamos sin tener en cuenta la situación real de la persona envidiada. También, porque partimos de una escala de valor propio defectuosa. Nos falta amor propio y nos falta querernos por encima de todo y de todos.
Y aquí llegamos a la punta del iceberg.
¿Cuánto crees merecer?
La gran mayoría de nosotros hemos sido educados bajo patrones de escasez y miedo a destacar por el qué dirán, por la repercusión que tener mucho (en cualquier aspecto) puede tener y bajo la norma de no ser ostentosos para no hacer que el de enfrente se sienta mal. ¡Telita!
Imagina que yo ahora le digo a mi pareja que no me dé muchos besos porque es demasiado amor y no me merezco tanto. ¿En serio? Imagina la situación:
—Dame solo diez besos. No más. No vayas a gastarlos todos hoy, no vayas a demostrar que me quieres tanto, no vaya a creerme que me merezco tu amor ilimitado.
¿A que suena surrealista?
Ahora cambia la palabra besos por abundancia económica, abundancia en las relaciones, en los viajes… ¿Ves a dónde voy? Estamos total y absolutamente condicionados por las creencias que arrastramos desde que nacemos.
Solo cuando somos capaces de identificar qué nos limita y qué nos impide llegar a determinado lugar, estatus o situación específica es cuando ponemos cartas en el asunto y movemos fichas para acercarnos al objetivo, dejando de lado el foco que ponemos en quien envidiamos y fijando la meta en nuestro propio sendero.
Yo, desde luego, no conozco ninguna flor que envidie a otra por vivir su larga o corta vida. Simplemente, esta flor se preocupa por crecer hacia arriba desde dentro y hacer lo que como flor le corresponde hacer.
No me olvido de la «envidia sana»
En absoluto. La envidia sana es inspiradora, divertida incluso. Nos provoca admiración sin condicionarnos, no nos hace sentir mal ni cambiaríamos donde estamos aquí y ahora por estar donde están otros en este preciso instante.
La envidia sana abre camino y posibilidades.
¿Eres capaz de identificar cuándo has sentido una u otra?
🟢 Te propongo un ejercicio de escritura emocional muy bonito para trabajar esta emoción. Escribe la vida de una flor. Desde el momento en que nace hasta el momento en que muere. ¿Cómo es? ¿Qué flor has elegido? ¿Cómo es ese campo? ¿Cómo son las flores a su alrededor? ¿Hace sol, llueve? ¿La polinizan? ¿Podrías describir su fragancia?
🟡 Ahora, convierte en flores a las personas de tu entorno. ¿Son de tu misma especie? ¿Son flores silvestres? ¿Están dentro de tu mismo campo? Puedes dibujarlas si te sientes más libre.
🔵 Incluso puedes buscar imágenes de flores y hacer un collage para observar cómo te comportas en la elección. ¿Te permites Ser grandioso? ¿Te sientes incómodo en algún momento del cuento?
Si te animas a realizar el ejercicio, compártelo en los comentarios y así podré leerte. Te aseguro que, por muy sencillo que parezca este trabajo, es muy interesante el resultado final.
5ª clase de escritura emocional completada. Un día más, ha sido tan mágica… ¡Me encanta poder compartir este espacio y estas ideas y reflexiones! Puedes realizar afirmaciones sobre el merecimiento para empezar a trabajar tu musculito mental y ampliar su horizonte desde el inconsciente. Afirmaciones como «merezco abundancia ilimitada en todos los aspectos de mi vida», «yo soy capaz de lograr lo que me proponga» o «me amo y me acepto tal cual soy».
Fíjate si al pronunciar alguna de estas frases con vehemencia te rechina dentro. Si es así, puedes cantar ¡bingo! porque habrás dado con el primero de tus bloqueos ocultos.
¡Trabajemos! ¡Al lío!
¿Sabes qué vídeo voy a compartir contigo para reflejar esta entrada? El de Shakira y Jennifer López en el descanso de la Super Bowl 2020. ¿Por qué? Porque su actuación despertó tantas envidias como chismorreos y opiniones encontradas. Porque estas dos mujeronas crearon juntas un espectáculo digno de ver y aplaudir. E, independientemente de que te guste su música, este vídeo nos enfrenta con todo lo que acabamos de tratar. Merecimiento, envidia, mostrarse auténtico, destacar, éxito, comparación… ¿Sigo?
Disfrútalas.
Yo he perdido la cuenta de las veces que lo he visto. Me pone las pilas y me eleva. Siento envidia sana, ¿ahora entiendes el concepto? 😉
Puedes escuchar este capítulo aquí: