Me propuse olvidarte en verano pensando que tendría más tiempo libre y más distracciones y, sobre todo, que resultaría más fácil. La primavera me había dolido demasiado. Sin embargo la memoria requiere de tiempos sin calendario y no de relojes de arena que se agotan y borran todo rastro de un tú y un yo que existió y, que por algún invisible motivo, se esfumó.
Pensaba en ti a cada rato. Eras el centro de mi cerebro, mis conexiones neuronales, el recorrido de mi torrente sanguíneo. ¿Cómo habías conseguido colarte tan dentro en mí? Quizá porque lo nuestro no fue un capricho, sino una historia que se fue escribiendo en diferentes momentos, una relación que prosperaba con cada nuevo encuentro y conversaciones tan sinceras como hirientes cuando lo que había que escuchar escocía como el alcohol sobre las heridas.
A ti te gustaba mostrarte directo y lejano, a mí demostrarte que compartíamos este juego.
Vine al pueblo a escribir unos meses antes y al leer el manuscrito de lo que tenía entre manos te molestaste. No fue un enfado al uso. Te molestó.
—Yo no te he pedido estar ahí dentro.
—¿Dentro de dónde?
—De tu nuevo libro.
—No eres exactamente tú. Solo hay pequeños guiños y algunas escenas que recuerdan a las nuestras, pero no eres tú.
—¿Y por qué me he reconocido entonces?
—Porque las vivimos juntos, porque me conoces.
El silencio era tu arma más letal. Eras capaz de encerrarte en él y arañarme por todos mis huecos con su filo. Te convertías en castigador. Mientras barruntabas la forma de desenfadarte te ausentabas de la cotidianeidad y como no vivíamos juntos, aprovechabas la distancia para alejarte un poco más. Siempre era yo la que volvía ti, la que mendigaba bajo tu portal tu presencia, la que te acosaba a mensajes en el teléfono, la que escribía y escribía una y otra vez tratando de encontrar el puente que volviera a conectar tu mundo y el mío.
Eras obstinado y cruel cuando te perdías en ti mismo. Dolía demasiado. La única forma de calmar la ansiedad que me producía el desencuentro era escribir. Y empecé una serie de relatos, sin quererlo, que acabé titulando «relatos del verano negro». No había asesinatos, ni muertes ni sangre. Pero en cada capítulo moría una ilusión, y ambos sabíamos que cada vez que una ilusión muere la relación se desgarra un poco, como si se produjera una rotura de fibras, primero una, después otra y finalmente, solo quedan recuerdos y una lesión irrecuperable.
Así que aquí estoy, tratando de olvidarte aún en este verano, buscando la fórmula exacta del olvido. He pensado que si trato de extirpar los recuerdos comunes a través de las historias que escribo quizá logre convertirte en un auténtico personaje de ficción y confunda finalmente la realidad, de lo que creó mi imaginación. Sería estupendo no saber si fue real, ni lo bueno ni lo malo. Llegar a confundir recuerdos vividos con recuerdos inventados. Difuminarte, desdibujarte y que tú, si algún día decides leerme, desde tu propio olvido, no logres discernir lo que vivimos de lo que te hubiera gustado vivir a mi lado.
Como aquel beso, y no hablo del primero sino de aquel beso. Te lo contaría, pero me he propuesto olvidarte.
A mis lectores les gusta cuando hablo de ti o de nosotros. Tú temías caerles mal, necesitabas ser un héroe, me costó darme cuenta de ello. Quizá rompimos del todo porque yo no escribo fantasía y tú no sabes leer la realidad.
Veranito que empieza en el Mediterráneo y que me lleva a escribir estos relatos tan necesarios para algunos. Si bien unos están empezando con sus nuevos romances, otros están acabando y tratando de pasar esas densas páginas llamadas «olvido». No es sencillo olvidar, quizá no es sano siquiera, pero sí necesario.
¿Os ha pasado alguna vez no saber si algo que vivisteis sucedió en realidad o no? ¿Haber recreado tanto una situación como para darle vida? No sé quién dijo aquello de que «el olvido está lleno de memoria». Y así es, el olvido está lleno de recuerdos. Así que seleccionad los que os arranquen una pequeña sonrisa, los que os ayuden a rescatar vuestra mejor versión de aquel pasado para este hoy, y seguid acumulando experiencias porque, ¿quién sabe? Quizá algún día os convirtáis en personajes de ficción de algún cuento.
Temita para hoy, «Te dejé marchar» de Luz Casal. ¡Qué elegante es esta mujer! ¡Qué bellas todas y cada una de sus canciones!
Besos a todos.
¡Nos leemos!