Podría inventarme una historia y fingir que esta que escribo no es la mía. Podría utilizar mis argucias creativas para disimular que tiemblo, que siento que a ratos pierdo el equilibrio. Sin embargo, desde que te conocí, se me han caído todas las máscaras y camino a ciegas por este nuevo sendero que tú llamas autenticidad, y yo he bautizado como «territorio vulnerabilidad».
Admite que a días a ti también te cuesta. Sentirse expuesto es difícil. No sientes frío, pero sí indefensión, como si pudieran dañarte en las tripas, en lo más profundo de tu ser.
Pusiste la norma de la franqueza nada más conocernos:
—Lady, directos. Tenemos que ser directos y sinceros. Nos guste o no.
—Ya, Mr., pero partimos de puntos muy distintos, a mí me da un poco de vértigo.
—¿A qué has venido entonces, Lady, a apostar o a ganar?
Me gustó que me hicieras esa pregunta. No es lo mismo ir a intentarlo que a conseguirlo. Y yo no quería que tú fueras un juego más. Te quería. Te quería entero y pleno.
—¡A ganar!
—Entonces, desnúdate.
Y no, no hablabas de mi ropa ni de que compartiéramos saliva, sudores y fluidos varios. Hablabas de que te contara mi historia y pusiera mis cartas sobre la mesa frente a las tuyas. Hablabas de que te entregara mi confianza y olvidara que me habían hecho daño, que alguna herida aún estaba a medio cicatrizar. Sentía miedo al dolor de pecho, al del alma que aúlla cuando se siente perdida, miserable e indefensa. Dijiste que daba igual lo que hubiera pasado, que lo importante era lo que pasaría a partir de ahora. Y yo quise creerte con la misma vehemencia que tú empleabas para expresarte. Si tú podías creer tan fuerte en mí, yo tenía que poder hacerlo también. Sin excusas, sin lastres que me anclaran al pasado.
Pronunciaste una frase que recordé haber leído en alguna parte: «la verdadera fortaleza está en ser vulnerable». Y te miré a los ojos y te abracé apoyando mi cabeza en tu hombro. ¿Qué había de malo en intentarlo? ¿Qué podía perder si ya sabía dónde residían mis miedos?
—Tengo miedo a sentirme rechazada, Mr. —te dije apenas en un susurro.
—¿Y quién no, Lady?
—Tengo miedo a ilusionarme y que las cosas no salgan bien.
—¿Estás dispuesta a intentarlo de verdad?
—Sí.
—¿Qué más?
—Tengo miedo a quedarme sola.
—Tendrás que quererte más. Y si logras hacerlo y sentirte bien contigo misma, esa sensación desaparecerá como por arte de magia.
—Tengo miedo a sufrir.
—No sufras. El sufrimiento es una elección, como la actitud con la que te despiertas cada mañana. ¿Un maravilloso día o un día de mierda? Tú decides.
—Tengo miedo de nosotros.
—No hemos empezado y ya estás poniendo pegas. ¿Y si vamos poco a poco?
—¿Y si te cansas de mí?
—¿Y si lo haces tú antes? ¿Y si no sucede?
—Cierto. Estoy contándote todo lo que pasa por mi cabeza.
—¿Sabes cuál es mi único miedo?
—No —respondí perpleja. Él, que tanto parecía saber sobre nuestro destino o el suyo propio, me sorprendió con su afirmación—. Tengo miedo a que vuelvas a ponerte la ropa por algo que te suceda, ajeno a nosotros, y te haga volver a tener pánico del mundo. Me aterra que te alejes con tu coraza de Lady fuerte y me aterra aún más que calles; que guardes silencio y no me hables de lo que sientes.
—Hagamos una promesa. Un pacto.
—Tú dirás.
—Vulnérame los miedos. Abrázame como ahora y no me sueltes mientras te hable de ellos, ni me sueltes un par de segundos después. Al menos hasta que me acostumbre a esta zozobra. Abrázame para que mi temor se sienta seguro. Y haz lo mismo conmigo. Háblame al oído, despacio, y dime siempre cómo puedo amarte o cuidarte mejor.
—Funcionará, Lady.
—¿Tú crees?
—Yo acabo de sellar un pacto.
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Hoy he estado pensando mucho en la vulnerabilidad. De hecho, esta temporada parece estar de moda hablar de ella y a mí, personalmente, me encanta: lo considero necesario. En esta época de tanto postureo y muestrario de los éxitos, uno también necesita ver la «cara b» y asumirlo como parte de un todo, porque no solo somos «lo bueno» o «lo malo». Somos la suma de todo lo que hemos vivido. Lo que nos ha gustado más y lo que nos ha gustado menos. Lo sentido y lo sufrido. Experiencias.
En estos años de autoconocimiento y redescubrimiento de la mujer que me habita, he aprendido a no identificarme con las situaciones que vivo. A aceptar que mientras estemos vivos, nos sucederán mil y una películas (que a veces parecerán de ciencia ficción), pero es que todo eso forma parte de la vida. Vivir, experimentar, reír, llorar, amar…
Nos sentimos vulnerables la gran mayoría del tiempo y lo ocultamos con dosis de humor, distancia que puede ser confundida con altivez, soberbia, descaro… y nos afecta en todos nuestros ámbitos de una manera más o menos intensa. Eso sí, cuando llegamos al terreno de las parejas… se activan todas las alarmas. Miedo atroz. No volver a caer. No volver a sufrir. No volver a cometer los mismo errores. Que no me vuelvan a tomar por tonto y así, un etcétera tan largo que no tengo folio para escribirlo.
Antes he escuchado esta preciosa canción de Izal con los auriculares y se me ha ocurrido escribir este relato. ¿Se le puede considerar relato a esto? 😉
Creo que es una canción preciosa para hablar de este tema. Además, estoy súper contenta porque he encontrado a un artista nuevo que me inspira y me evoca. Duy Huyn.
En fin, que solo quería contar una historia.
Gracias por leerme, gente bella.
Besazo.