Me hubiera gustado decirte que sí a la primera. Que sí bailaba, que sí me gustabas y que sí me acostaría contigo después. Sin embargo, me daba vergüenza bailar, no me atrevía a confesar lo que sentía por ti y me daba reparo que me vieras desnuda y comprobaras que voy mal depilada, tengo un poco de tripita y que me avergüenza también el sonido de mi respiración agitada, cuando me excito.
Lo intentaste dos veces más.
Me peleé conmigo misma el mismo número de veces.
No hubo una tercera.
Te vi de lejos sacando a bailar a otra chica. Una que no tuvo vergüenza de pisarte los pies o perder el ritmo. Una que se lanzó a tus labios con las ganas que aún seguían latiendo en mí, ahora entremezcladas con rabia, celos y tristeza. Una que amanecería despeinada en tu cama oliendo a sexo y a ti. Una que te haría olvidar que una vez te interesaste por esta que escribe, o mejor dicho, su sombra, porque la vergüenza me impidió deslumbrarte y alumbrarnos el camino.
Debí haber respondido que sí a tu última pregunta en vez de encogerme de hombros. Sí, te regalo mi vergüenza. Llévatela, por favor.
¿Qué harías si no tuvieras vergüenza?
La vergüenza es mucho más que simple timidez, acaba convirtiéndose en un escondite perfecto para el Yo, para esa personita que un día se planteó hacer, decir u opinar sobre algo y recibió un juicio de valor que coartó su expresividad. La vergüenza se siente cuando eres niño y echas a bailar o a cantar y alguien va y te dice: «¿estás haciendo el tonto?». Y tú no quieres ser tonto, y dejas de bailar, saltar, cantar, jugar para adaptarte, para que no te menosprecien, para que te quieran.
De esta forma, si sigues las reglas que te imponen y que impone la sociedad, encajarás y te ganarás tu lugar en el mundo. Sin hacer ruido, sin molestar, sin destacar, sin brillar, sin disfrutar de más, sin quejarte, sin… ¿alegría?
Con los miedos y las vergüenzas se escapan también por el desagüe casi todas las cosas inesperadas y divertidas, las oportunidades y los encuentros insospechados.
Elsa Punset
La vergüenza nos permite autoprotegernos. Queremos satisfacer las necesidades del otro por miedo a sentirnos rechazados y creamos un Yo distinto al que late bajo la piel. Ser natural nos resulta vergonzoso y dejamos de vivir experiencias por miedo a sufrir.
La vibración de la vergüenza
Está demostrado que somos energía y que las emociones son mucho más que semáforos para conectar con nosotros mismos, protegernos de peligros o ayudarnos a socializar y expandirnos. La vergüenza es la emoción con frecuencia más baja de vibración (según la escala de vibración emocional del Dr. David Hawkings). Vibra a tan solo 20Hz, cuando el amor, esa sensación que tan bien conocemos y que tanto anhelamos, está vibrando a 500Hz.
Puedes leer más sobre las reflexiones sobre la conciencia y las emociones en los libros de este investigador. «El poder contra la fuerza» o «Dejar ir»
A mí me resulta interesante esta emoción por ser tan primaria y tan limitante en nuestro día a día. Me intriga que podamos revertirla con sentido del humor y otorgándole comicidad, aprendiendo a reírnos de nosotros mismos y asumiendo que, como decía Agatha Christie, «solo cuando ves a las personas hacer el ridículo, te das cuenta de lo mucho que las quieres». Y es que ante lo que nos da vergüenza deberíamos mirarnos como miramos a un amigo que desea lograr algo pero no se atreve. Como amigo, ¿qué le dirías? ¿No le animarías?
Creo que debemos trabajar muy mucho la autocompasión. Aceptarnos con lo que consideramos bueno y con lo malo.
La vergüenza se supera exponiéndose poco a poco a lo que nos causa vergüenza. Y con mucho sentido del humor. Cuando aprendes a reírte de ti mismo obtienes una satisfacción instantánea y te quieres un poquito más que minutos antes.
El mundo es para los valientes. Y valiente no es solo quien se enfrenta a un león. Valiente es todo aquel que intenta superarse a sí mismo cada día y ser un poquito mejor y más feliz, sin medir tanto el nivel de autoexigencia y resultados.
La lista de mis vergüenzas
Imparto un taller de escritura emocional y ayer expuse un listado de cosas o situaciones que me hacen sentir vergüenza. Creo que al compartirlas se genera mucha empatía en el otro y nos humanizamos todos, comprendiendo que cada uno lleva lo suyo y que, desde fuera, no todo es tan grave.
Así que me voy a atrever a compartir también aquí ese listado y espero que mis vergüenzas puedan ayudaros, ayudarte a ti que me lees, porque todos estamos hechos de la misma materia.
- Me da vergüenza decir algo inapropiado.
- Ser la primera en aplaudir o la última.
- Cometer faltas de ortografía.
- Desafinar al cantar o al tocar la guitarra.
- Fallar una canasta cuando alguien conocido me está mirando.
- Ir al WC en casa ajena.
- Bailar en público.
- Tener hipo.
- Que me suenen las tripas cuando hay mucho silencio.
- Admitir que aprobé el carné de conducir a la 4ª.
- …
¿Seríais capaces de completar vuestra propia lista? Es alucinante la cantidad de cosas que nos turban y nos limitan o nos hacen sentir rarunos.
La vergüenza también se experimenta al compararse con los demás.
Quería hablar de ella para darle luz, foco y para enfrentarme poco a poco y ser una Yo más auténtica. ¿Te atreves?
Esta vez la banda sonora la pondrán mis queridos Vetusta Morla.
Y para terminar, una imagen que he publicado en Instagram hablando de este tema.
¿Sabéis? Tengo amigas que me dicen que no entienden cómo me atrevo a mostrarme con fotos tan poco… «preparadas». No me agobia mostrarme natural o enseñar cómo soy con cara de aburrida, triste o feliz. Creo que las redes sociales deberían ser más auténticas y servir para que las personas no nos sintamos tan extrañas entre nosotras, sino que podamos reconocernos en otros y relativizar.
Nada es tan grave como nuestra mente nos hace creer.
Sed buenos.
¡Nos leemos!
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