Llevo días intentando plantear esta entrada y no he encontrado el enfoque que siento que debe tener un texto que resuma un año como el 2020. Creo que si ha habido un año que ha incluido crónicas casi diarias ha sido este. Un año inolvidable para todos. Ni uno solo de nosotros ha pasado de puntillas por él.
Mi 2020 mes a mes
En enero cumplí 40 bajo el sol del Mediterráneo. Pensé que mis amigos me organizarían una fiesta sorpresa, pero me equivoqué. Impartí un montón de clases de escritura, recibí regalos inesperados de personas mágicas y realicé un curso de marketing para Instagram que, como siempre, he tuneado a mi antojo según mi intuición.
Febrero será por siempre el Carnaval de la Reina de Corazones y de Frida Kahlo. Perdimos la cuenta de la cantidad de fotos que nos pidieron por la calle. Febrero fue gamberro, divertido, laborioso y se quedó con el único concierto que he vivido sin restricciones, el de Santero y los Muchachos en la Sala Moon de Valencia. Brutal.
Y en marzo, mientras empezaba a escribir Maldito Gorri y tras disfrutar con mi cuadrilla de una comida en una sidrería rodeada de más de mil personas —7 de marzo—, llegó la hora de reinventarse y abrir las ventanas de casa y asomarse al mundo de una forma distinta. No sé de dónde emergió de mí la energía que me impulsó a impartir clases en abierto cada miércoles mientras duró el confinamiento.
La energía que me instó a abrir un grupo de WhatsApp por el que cada mañana y durante 54 días consecutivos estuve enviando a más de 150 personas repartidas por el mundo, un ejercicio de escritura creativa para que mantuvieran la mente ocupada en asuntos más livianos, más creativos y menos preocupantes. Fue la semilla para que un poco después creara el curso 101 ejercicios de escritura creativa, un cuaderno de trabajo para, precisamente, cultivar la creatividad sin presiones. La práctica hace al maestro.
Abril fue el mes de escribir en el balcón. Cada mañana conversaba con Agustín a las 8:00 y seguido me ponía frente al teclado y frente a Peñas de Aia y escribía un capítulo o varios folios, la inspiración iba y venía. El día 30 participé en la WordCamp España hablando sobre emociones y creatividad. También en abril puse en marcha las «cartas de acompañamiento». Sentí que debía aportar mi granito de arena dada la situación y uní a escritores con lectores, personas vulnerables que se encontraban solas y aisladas. Fue un proyecto precioso que abrazó en la distancia a muchísima gente. Gracias a todos/as por haberlo hecho posible.
En mayo volví a pasar horas y horas frente a la pantalla del ordenador y del teléfono compartiendo clases de escritura y charlas con escritores al tiempo que acompañaba en el camino de la escritura a varias personitas bellas, trabajos que han acabado dando sus frutos en este loco 2020. ¡Estoy tan orgullosa!
Y en mayo volví a pasear por los verdes de mi tierra, volví a maravillarme con el fluir del río y constaté que en tan solo unos meses una gran parte de la humanidad ya había cambiado.
Junio lo consagré a Miniyo. A su necesidad de volver a ver a sus amigos, de correr, saltar y bailar. Fue el mes en el que algunos padres luchamos por ofrecerles una fiesta de fin de curso como se merecían para cerrar la etapa de primaria. Fue un mes de consciencia que recuerdo en bonito a pesar de las dificultades.
En julio vi el amanecer más especial de mi vida en aguas del Mediterráneo. Disfruté bajo la sombra de los moreros en mi Arnedo querido y pasé unas atípicas fiestas de Bayona en una piscina del sur de Francia en petit comité mientras sonaba Jerusalema una y otra vez. Cogí algunos kilos. Picoteos y cervezas de más que ahora sé que nos ayudaron a aplacar la intensidad de la vida. Fueron días que sumaron como vacaciones porque desconecté, viví el momento presente y me relajé dejándome querer.
Agosto fue una mezcla entre planificación de cursos, clases y mentorías y playa. Fueron cafés de esos que saben aún más ricos por la compañía. Fue un mes de regresar a Igeldo, de practicar mucho yoga y de corregir y corregir el manuscrito de la novela.
Inicié septiembre bañándome en la Concha a primera hora de la mañana. Creo que en el agua estábamos unas diez personas en total. Ahora lo recuerdo como un mes de mucho ajetreo. Comencé con los talleres de escritura online (¡maravilla!) y vi cómo echaban a volar algunos de mis alumnos con sus historias ya terminadas. Juan, Esther, Montse… ❤️
También tuve un bajón personal importante al que le di espacio, porque fui consciente de que había forzado mi maquinaria exigiéndome demasiado (y cuando nos exigimos en exceso nunca estamos satisfechos y eso se convierte en un no parar…).
Octubre es el mes por excelencia de Miniyo. Cumplió 12 años. ¡Madre mía, baby! No sé qué escribiría Lady Jones sobre esto ahora mismo… Sin embargo, voy a rescatar la imagen del premio literario de relato corto que gané, otorgado por Diputación de Gipuzkoa. La entrega de premios fue muy extraña debido a la situación, pero recuerdo haber tomado una Coca-Cola junto a mi amigo Iñigo en el puerto donostiarra al arrullo de las olas, donde acordamos ponernos a trabajar ya en serio en la portada de Maldito Gorri. Regresé al CBA y a las clases presenciales, volví a ver a mis alumnos de escritura creativa de Hondarribia en una sala de Zoom… Octubre tuvo sabor a reencuentro.
Noviembre fue color gorri. Creo que nunca olvidaré el trabajazo que supuso autopublicar esta novela y preparar un lanzamiento tan especial como el que programamos, con una presentación online que quedará para los anales de la historia —al menos la mía personal—. Noviembre fue y será Maldito Gorri, con los vídeos, el booktrailer, las primeras reseñas y las entrevistas aquí y allá, agradecida a más no poder en primer lugar a Agustín, y después a todos los que estáis al otro lado remando junto a mí en este mar incierto de la literatura. Gracias de corazón.
Y diciembre… Diciembre ha sido para mí el mes más difícil a nivel personal. ¡Y mira que empezó bien con entrevistas importantes en Eitb y otros medios de comunicación! Pero la vida no se detiene y durante quince días he tenido a mi madre ingresada en el hospital y a mi padre como compañero de piso improvisado. Ha sido un mes de sentirme muy sola y muy cansada, muy perdida y muy herida por dentro. Doy gracias por haber tenido las alegrías de la novela entre tanto y por estar rodeada de amigos que han acudido a sostenerme cuando yo no podía conmigo.
2020, aprobado
Te apruebo 2020. A pesar de los pesares, te apruebo. Hacer este ejercicio consciente de revisar fototeca y agenda para escribir el resumen del año me ha servido para constatar que mi balanza gana en alegrías. Gana en momentos buenos, gana en intentos, gana en esfuerzo, gana en ilusión y coraje. En 2020 me he demostrado a mí misma tantas cosas… He luchado tanto y con tanto corazón por construir otro tipo de mundo, insisto, a pesar de los pesares… que desde mi atalaya particular pienso y siento que no voy a bajarme de aquí y que aquí os espero si queréis sumaros a mi fiesta.
Siento que este año he fijado los cimientos de la nueva yo. A nivel personal y a nivel profesional. Ha sido un año de crecimiento y expansión bestial. Gracias. A quienes habéis creído en mí, a quienes me habéis ayudado, inspirado, motivado y seguido. A quienes me habéis abrazado en este año de abrazos y besos prohibidos, de normas antinaturales y mascarillas que ocultan sonrisas tan necesarias como el respirar. Gracias a quienes habéis invertido vuestro tiempo conmigo, a quienes me habéis hecho aprender desde la dificultad, también agradeceros el camino.
Este año 2020 he vuelto a leer muchísimo, a recuperar mis espacios de lectura nocturna. He visto series que me han entretenido como La Casa de Papel, Umbrella Academy, Grace y Frankie o El método Kominsky. Y he descubierto a un grupo nuevo que forma parte de mi banda sonora actual: Shinova.
En 2020 he llorado mucho, muchísimo y he superado momentos personales muy críticos gracias a personas que saben lo que hacen en el mundo de la psicología y que me han ayudado a poner luz donde yo solo veía oscuridad. En 2020 me he rendido definitivamente y he aprendido a pedir ayuda cada vez que la he necesitado, ya fuera un abrazo, compañía, un chófer o un café. He practicado rituales psico-mágicos como quemar todos mis diarios y la gran mayoría de mis cuadernos, he movido de lugar varios objetos en mi casa siguiendo las recomendaciones del Feng-shui y me he encomendado al autocuidado y la creatividad como las únicas herramientas eficaces para transitar los cambios que estamos viviendo, los que están por vivir.
En conclusión
Que 2020 es solo un punto y seguido en la vida. Que hemos experimentado un año que formará parte de la historia de la humanidad y saldrá en los libros de texto. Que si seguimos aquí, vivitos y coleando, es porque aún tenemos mucho por hacer y crear. Creo que este año ha quedado claro que lo importante es adaptarse a las circunstancias y continuar a pesar de ellas. Que es esencial escucharse y seguir la pulsión de tu instinto, porque fuera de ti hay demasiado ruido.
Que si tenemos sueños, hay que luchar por ellos, aunque a priori los veamos tan lejanos como Plutón —al que relegaron de su puesto de planeta, vaya por Dios—. Y que de nuevo, a pesar de los pesares, no debemos olvidar que la vida es un viaje donde uno llega y se va sin cita previa, donde uno debe aprender a trabajar el desapego para poder fluir, donde cada uno tiene que aprender a amarse de verdad de la buena para después poder vivir la vida que uno ansía y que hay cientos de etapas en el camino, que no todo es aquí y ahora y ya.
Que salir indemne de los años críticos es complicado, pero no imposible.
Que tener herramientas de autoconocimiento es clave para cuidar tu espacio y tu energía.
Que la vida dura solo un rato, aunque nos creamos invencibles.
Por ello nos merecemos vivirla experimentando lo mejor de lo mejor, porque eso MEJOR no está solo destinado a unos pocos, la abundancia, la prosperidad, la alegría, el amor, la salud… nos pertenece y a lo grande solo por el mero hecho de estar vivos.
Si de algo sirven mis palabras, que sean para infundiros un poco de esperanza, porque os escribo desde el otro lado del abismo, después de haber atravesado todas esas etapas de dolor, sufrimiento, enfermedad, escasez y miedo.
Mi compañero de vida repite siempre: «querer es poder». Y yo suscribo. Da igual lo que quieras. Si de verdad lo deseas, podrás. La pregunta previa al 2021 es: ¿estás dispuesto/a a atravesar el desierto, el océano, el glaciar, el silencio?
Yo, desde luego, SÍ.
Gracias de corazón por haber llegado hasta aquí.
Un besazo.
Itziar ♡
Pd. Comparto la que es mi canción de fin de año. Espero que os guste.
Y si todavía no queréis despediros, si queréis escribir y despedir el año haciendo unos ejercicios de escritura emocional, terapéutica o consciente, —da igual el nombre—, os regalo este cuaderno de trabajo precioso que he creado con todo mi amor y gratitud. Dos de mis palabras del 2020 son AMOR Y GRATITUD, la tercera, PERSEVERANCIA.