Dicen que quienes primero se percatan de la llegada de un tsunami son los animales. Ellos, tan conectados a la tierra, perciben el peligro, la vibración, el silencio que precede al caos. Huyen tierra adentro y corren sin mirar atrás para protegerse de lo que sea que venga. Los animales no necesitan poner nombres, ni medir distancias, ni ciencia que corrobore su instinto. Actúan y luchan por sobrevivir.
Si mueren es porque intentan salvarse. Si existiera la posibilidad de explicarles por qué los humanos nos quitamos la vida cuando el cazador es invisible, creo que también echarían a correr. ¡Qué implacable es el pensamiento que te repite que no podrás soportar más el dolor y te asfixia la esperanza de vivir!
Y es que a la vida hay que echarle huevos, ovarios, ganas y muchas lágrimas. Y cuando llega el tsunami, correr tierra adentro en busca de paz, pero correr sin mirar atrás, sin buscar culpas ni culpables y sobre todo, sin rendirte, porque aunque parezca imposible, toda guerra termina, toda marejada se calma y toda crisis acaba.
El precipicio
Llegó al precipicio despacio pero con pies de plomo; quería asegurarse de que la tierra lo tragaría, que lo engulliría por completo. Había llegado a tal punto de desesperación que no era capaz de ver más allá, solo el fondo del abismo, la seductora paz que se esconde tras la muerte. No era capaz de agarrarse a nada ni a nadie que lo sostuviera. Saltó un domingo de junio. Su historia acabó ahí. El resto de personajes del cuento no supo desde ese día cómo pasar a la siguiente página.
El suicidio es el punto y final para uno de los personajes en este plano, mientras que para el resto se convierte en unos puntos suspensivos incapaces de continuar con la historia. Un suicidio te voltea la vida, te golpea en las entrañas y te funde los plomos de la alegría. Enciende todas las alarmas de las culpas y los «y si» y deja para siempre alumbrado el letrero donde figura escrito un «¿pude haber hecho algo por él?».
El tsunami es la noticia, la oleada salvaje que recorre tu cuerpo de cabeza a pies. La erupción incontenible de preguntas sin respuesta y lágrimas desbocadas, el nudo en la garganta, las imágenes que, como fotogramas de película, pasan por tu mente a un ritmo frenético.
Solo tú lo sabes
¿Puede que nos viéramos hace apenas una semana para despedirnos?
¿Puede que fuera la pura casualidad?
¿Puede que al fin hayas encontrado lo que buscabas?
Vaya mochila más grande has dejado aquí, colega. Vaya cataclismo. Vaya movimiento devastador. Mientras unos tienen que aprender a vivir con la ausencia, los familiares y amigos de los suicidas tiene que convivir con la duda y la pena eternas.
Nunca olvidaré aquel viaje de coincidencias, de carcajadas en Zaragoza y confesiones en Teruel. Un viaje con la luna rota y tu urgencia por vivir, por llegar, por sentir.
Descansa en paz, David. Solo tú lo sabes, solo tú. Lástima que la tristeza, los sueños rotos o las frustraciones no te dejaran ver que había mucha gente que te quería. Que todo pasa, que no hay decisiones definitivas y que los volantazos son útiles y necesarios, un derecho fundamental. ¿Se puede prevenir?
Últimamente cada duelo lo paso escuchando este tema. Que te lleve libre y salvaje hasta el mar… ¡Ay, la vida! Hoy no tengo más palabras. Bucean.
ArtuR
Una despedida sin oportunidad de despedirse, nos deja un vacío doble, como bien describes.
Lamento la situación.
Saludos.
Itziar Sistiaga
Muchas gracias, Artur.
Es tan personal tomar una decisión así…
Gracias por tus palabras. Un beso.