
Lady Lea no sigue las modas. Tiene una fuerte personalidad y deja huella allá donde va. Quizá porque su singularidad no pasa desapercibida entre cientos de personas clonadas por fuera y por dentro. Vive aislada de la realidad.
De pequeña se sentía constantemente desubicada. De adolescente, extraña y de adulta, auténtica. Así que Mr. X se enamoró de ella en un instante. Él, que no creía en los flechazos, sufrió en sus carnes el más certero golpe que anuló por completo su voluntad. Cayó rendido a sus pies, a sus manías, a sus excentricidades, a su mirada azul color cielo infinito, y al desconcierto de no saber cómo acertar.
–Quizá no deberías enamorarte de mí, Mr. O no al menos, enamorarte al uso.
–¿Acaso se puede controlar? ¿Hay reglas?
–Siempre se pueden evaluar las consecuencias.
Mr. X no entendía muchas de las apreciaciones de Lady Lea, no obstante, tenaz e iluso, permanecía a su lado y disfrutaba de su compañía cada vez que ella le regalaba un espacio. Le costaba renunciar a su bien avenida soledad y también, le costaba compartirse; había pasado demasiado tiempo sola, consigo misma, validando ideas que, en realidad, no había contrastado: como los encajes del amor.
–Mr, creo que debemos darnos un poco de distancia.
–¿Distancia? Si apenas estamos juntos. Si no te he pedido nada, además, ¿a qué tipo de distancia te refieres?
–No quiero perder mi espacio.
–¿En qué sientes que te lo quito?
Y Lady Lea se enfrascaba en explicaciones vacías que dejaban a Mr. X confundido y triste, más próximo a la desilusión y al desencanto que a la comprensión y al apoyo incondicional.
–No lo entiendo, Lady Jones –me dijo a los pocos días–. No lo entiendo. ¿Qué quiere de mí? ¿Qué se supone que debo hacer?
–Hombre, Mr., yo no es que tenga todas las respuestas, pero desde luego, si ella no es capaz de pensar un poco en ti y en tus necesidades y solo ve las suyas… Sin equilibrio no funciona ninguna relación.
–¿Qué me sugieres que haga?
–Que hables con ella. Que te atrevas a decirle lo que piensas y lo que sientes. Que pongas las cartas sobre la mesa. Si no actúas es porque tienes miedo a perderla, pero ¿tú crees que se puede querer a alguien que no te valora o que no te tiene en cuenta y solo mira por ella?
–Querer, sí se puede querer.
–Yo no entiendo este tipo de quereres, Mr.
Se fue cabizbajo y durante varias semanas no supe de él. Hay frases que uno no quiere escuchar, aunque salgan de la boca de un buen amigo, porque son frases que nos colocan frente a un espejo que, a veces, escuece al mirar.

Al tiempo Mr. X organizó una cena copiosa, elegante, íntima y bien pensada. No pretendía asustar a Lady Lea, ni mucho menos, solo quería preparar bien la escena, suavizar la extraña tensión que se había creado entre ambos tras aquella conversación. Ella no había vuelto a retomar el tema y él no había tenido oportunidades que le permitieran actuar con naturalidad, creyendo como creía que todo podría ser malinterpretado. Así que con toda su buena intención organizó la velada para hablar honestamente, siguiendo los consejos de Lady Jones.
–¿A qué viene todo este despliegue? ¿No crees que es demasiado? No me gustan las cenas tan formales.
–Hay una gran diferencia entre una cena formal y lo que yo pretendo que sea esta cena.
–A mí este tipo de sorpresas no es que…
–Calla –le interrumpió Mr. X antes de que ella pudiera acabar la frase–, deja de elegir, de organizar, de coordinar y relájate. Siéntate y cena conmigo, «conmigo» –repitió–, o vete, pero déjame ser yo mismo y presentarme tal cual soy.
–¿Y qué has venido haciendo hasta ahora?
–Tratar de encajar en ti por lo que veo. Pero ninguna historia funciona así.
–Mira, Mr. X, yo es que no tengo claro que quiera una relación…
–¿Y qué es una relación?
Se miraron a los ojos durante unos segundos y Lady Lea optó por marcharse. Era mucho más fácil si no trataba de justificarse, si no trataba de encontrar palabras que no tenía. Mr. X se quedó abatido pero al mismo tiempo, sereno y en paz consigo mismo. Enamorarse no es únicamente el fuego artificial del principio y compartir el tiempo de cualquier manera. Enamorarse pasa por ser uno mismo y aprender a nadar en las aguas del otro, acoplándose a las mareas y a la calma chicha, sin necesidad de dejar marcas en la piel fruto del esfuerzo por encajar en el mar.
El corazón no necesita encaje.
–Lady Jones, vuelvo a estar solo.
–Lo siento mucho, Mr. X.
–No lo sientas. Creo que será ella la que valore las consecuencias que tuvo su decisión.
–Haberte perdido.
–O no haberse atrevido. Eso también puede pasar. Solo ella conoce sus abismos.
–Y cuando uno pasa demasiado tiempo solo… Acaba por creerse todo lo que su cabecita le cuenta. Peligroso.
–Menos mal que nos tenemos, Lady Jones.
–Menos mal.
La Jones y Mr. Jones Country con sus historias. Un Mr. X que hoy escucharía a Julieta Venegas y ese gran «Me voy«, para recordarse que «lo merezco por eso me voy. ¡Qué lastima pero adiós!». Y es que a veces nos empeñamos en hacer difícil lo sencillo y en complicarnos. Luchamos por mantener nuestro espacio cuando por naturaleza estamos hechos para compartir. ¡Qué vida esta! ¿Eh? Cada día se unen y se separan miles de personas y entre tanto, otros, buscamos la forma de poner palabras a esos encuentros y desencuentros.
Adoro la verdad de quienes me rodean y se comparten conmigo. Quienes me prestan sus dudas para que juntos encontremos respuestas. Adoro tener a quien recurrir también.
No existen moldes para el corazón, ni reglas.
Os dejo un par de ilustraciones de este artista que acabo de descubrir, Christian Schloe. Me chifla. Y me chifla seguir contando historias.
¡Nos leemos!
Por cierto, que ya he puesto en versión #ebook mi segunda novela, «Lejos en mí«, y que ya podéis adquirirla en ese formato si os apetece. Fluyendo… y os la firmo si la queréis en papel, blablabla… ¡Que hoy tocaba relato! Miércoles de cuenta cuentos Jones. Me gusta.